Aquel día, mis primos Lupe y Rafaelillo y yo habíamos decidido que cuando fuéramos al potrero del tío Vicente acortaríamos camino pasando por el panteón de Sauta en lugar de hacerlo por el camino de terracería que conduce del pueblo hacia los campos del lado poniente del ejido. La decisión no era fácil para los tres asustadizos primos de 10 y 8 años de edad, se trataba realmente de una hazaña que rayaba en lo heroico, máxime que los tres sabíamos que en el camposanto de nuestro rancho vivían los demonios que tenían acosada a la población que a diario se quejaba por esa época de las apariciones del diablo por todas partes. Eraelmesdeagostode1966 y la temporada de lluvia había hecho crecer rápidamente la milpa y los zacatales de dentro y fuera del panteón, de manera que solo quedaba la vereda al descubierto por donde se caminaba y el sendero que ya conocíamos que vadeaba la cerca de alambre del cementerio del lado oriente y norte por donde deberíamos pasar los tres en nuestra descabellada aventura infantil de pasar casi por donde habitan los muertos. Eran las diez de la mañana, el sol pegaba a plomo sobre nuestras espaldas solo protegidas por nuestras raídas camisas de niños hijos de gente del campo. Salimos de la casa con la venia de mi abuelita Cande, llegamos caminando a Los Mangos lugar al que así se le conocía por los lugareños al sitio en donde estaban unos veinte enormes árboles de mango de más de veinte metros de altura y cuyos frutos solíamos no comerlos porque por ahí pasaban hacia al panteón con todos los muertos y estaban contaminados al igual quelosciruelosquerodeabanal cementerio. No comas fruta del panteón nos decían los viejos, está abonada con la grasa de los muertos. Luego de pasar por Los Mangos, llegamos al falsete de alambre que era la entrada al panteón, ahí nos entró la duda a los tres si debíamos continuar por esa ruta, sin embargo, envalentonados porque éramos tres y porque Rafaelillo el más pequeño y valiente nos dijo miedosos a Lupe y a mí cuando vio que dudamos en seguir por ese atajo. Con esa ofensa, no tuvimos otraalternativa que atravesar la trampa de alambre de al lado de falsete dando una pequeña media vuelta por la cual no podía pasar el ganado, trampa por la entramos caminando al potrero donde se localiza el panteón sin necesidad de abrir el falsete. De este falsete a la entrada del camposanto solo mediaban poco más de cien metros en línea recta y veíamos los tres con claridad las cruces más altas de las tumbas del cementerio. Lo fuerte del sol de esa hora y el hecho de que hubiera tanto sol nos daba más valor para cruzar por el camposanto porque sabíamos que los muertos, el diablo y los espantos no deambulaban a esa hora; sabíamos los tres con certeza que lo hacían de noche y que a esa hora estarían dormidos de manera que a paso no muy firme avanzamos los tres plebes de frente por el camino recto. Llegamos al falsete de alambre que era la puerta de entrada al cementerio, quebramos en silencio hacia la derecha en un recorrido de unos cincuenta metros para de ahí quebrar en ángulo de noventa grados hacía la izquierda, ahora en un recorrido también recto de unos doscientos metros pero cuyo tramo de vereda de tierra iba al costado norte del cementerio que ya eran los últimos metros por recorrer para cumplir nuestra infantil hazaña. Esa recta de doscientos metros era la peor, pues en ese tramo de camino cuando lo pasábamos en compañía de mi tío siempre nos parecía muy largo, interminable casi siempre y en ese momento, nos pareció de kilómetros de largo. A medida que avanzamos metro a metro, el silencio se fue haciendo cada vez más pesado; Rafaelillo el valiente de los tres ya nohablaba, Lupe el más miedoso no dejaba de mirar hacia las tumbas, y yo, desconfiado de todo, con el rabillo del ojo miraba las tumbas hundidas por el paso de los años y por las lluvias, y quizá porque se quebraba el ataúd y se hundían más de medio metro muchas de ellas por la pobreza dea gente que no tenía para ponerle una lápida de concreto; tumbas hundidas, a una de las cuales yo había caído cuando contaba con unos cinco o seis años de edad yendo con mi madre un 2 de noviembre día de muertos. Ella se separó de mi más de los debido y, alarmado al ver que mi madre estaba fuera de mi alcance y para abreviar camino, traté de saltar una de esas tumbas con tan mala suerte que caí en su interior horrorizado. Pero fui rescatado de inmediato por doña Feliz y mi madre que vio la angustia en mis ojos y en mi rostro. Ese incidente me hacía voltear a ver constantemente hacia cada una de las tumbas del cementerio para ver si no salía un muerto de su interior, lo que elevaba más mi adrenalina mientras que mis otros dos primos con sus propios miedos; también veían lo que querían ver del otro lado de la cerca de alambre de púas.
De pronto me pareció ver que Lupe medio se detuvo porque era claro que había visto algo del lado de las cruces del camposanto, me dije, yo también vi algo, no estoy seguro qué, pero de una de las tumbashundidas de reojo vi que se movió o salió algo. Me paré en seco, y Rafaelillo vio mi rostro y volteo a ver hacia las tumbas hundidas a tratar de mirar lo que yo había visto, y así, los tres al mismo tiempo vimos cómo se movía y emergía una suerte de animal negro precisamente de uno de esos hundimientos.
Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo los tres, paramos nuestra marcha en seco, los tres metimos reversa y cual si fuera una competencia de carreras a ver quién llegaba primero al falsete de la entrada, corrimos y corrimos los aproximadamente doscientos metros que habíamos aventajado de nuestra truncadaaventura. Recuerdo muy bien que la cerca de alambre de púas de la entrada del camposanto tiene de altura de más de metro y medio, y dar la vuelta por la trampa, era más que colocarte en posibilidades de que te alcanzara el fantasma que sentíamos que venía a nuestras espaldas siguiéndonos los pasos; y ninguno de los tres íbamos a permitir que nos alcanzara. Recuerdo que brinqué la cerca, la volé estoy seguro, y seguramente mis dos primos también hicieron lo mismo porque ninguno pasó por la trampa de al lado del falsete. Casi al mismo tiempo los tres llegamos hasta Los Mangos, jadeantes y con los ojos fuera de sus órbitas. ¿Lo viste? Me preguntó Lupe. ¿Qué? Le respondí. Al muerto que salía de la tumba. ¡Ah!, entonces sí había visto algo cuando sentí que se detuvo. Yo también lo vi dijo Rafaelillo, y sí, los tres quedamos convencidos de que un muerto brotando de su tumba nos había impedido cumplir nuestra infantil hazaña de llegar hasta el potrero de mi tío Vicente por la vía más corta en lugar de irnos por la vía larga del camino de terracería. Este hecho me convenció de que en Sauta hay fantasmas, y que el diablo sí suele aparecerse de manera frecuente a sus habitantes.... Y parece que a mí me seguía el condenado.
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